HISTORIA Y PASION. LA VOLUNTAD DE PENSAR EN TODO
Estamos contando cosas terribles, José...", le dice Horacio González a su amigo José Pablo Feinmann con la mirada melancólica fija en el pasado. En el diálogo recogido en estos encuentros (o reencuentros) Feinmann y González -dos de los pensadores más importantes de la Argentina- se sumergieron en un ejercicio retrospectivo y emotivo para traer al presente épocas en las que el futuro se escribía con la urgencia de un tiempo vertiginoso. El espejo de los años vividos nos devuelve a dos jóvenes impetuosos en los años 60 y 70 que transitaban la universidad, la escritura, el barrio y la militancia con el fervor de quien es protagonista de hechos que ponían al país en un punto de inflexión. Ese fervor fue el que recorrió cada cita y dio vida a un diálogo sostenido, doloroso, gentil y celebratorio del devenir. En un lienzo virgen compusieron una escena imperfecta, inconclusa e interminable de recuerdos compartidos e individuales. Hablaron de sus vidas, sus amigos, enemigos, personajes anónimos, públicos, rostros sin nombres; nombres sin rostros, compañeros, tanto los que viven como los que murieron de viejos o por las balas del terror de la Triple A o de la dictadura militar. Casi todas las conversaciones ocurrieron en la casa de Feinmann, pero el desenlace sucedió en la soledad de una Biblioteca Nacional vacía, con las bocinas lejanas de la avenida Las Heras como rumor de fondo. Ese fue el escenario para las conclusiones, el plano íntimo, las almas solitarias. El cierre les resultó inesperado pero necesario. Las conversaciones amenazaban con ser infinitas por el deseo de hablar para no morir -como decía Maurice Blanchot-, la de seguir contando las mil y una historias que los unieron a fuego. Salimos de ese edificio de sombras en la medianoche, ninguno estaba convencido de que las conversaciones hubieran terminado. Nadie dijo adiós. Héctor Pavón