YO ERA UN CUADRO
Tal vez la edad nos lleva, a algunos de mi generación, a evocar libre y poéticamente una época cuyos discursos nos suenas como atroces campanas de latón 50 años más tarde. El título de este libro es convenientemente ambiguo (en el caso de quienes ya no saben qué es - o era - un "cuadro" político, será un enigma que el libro les aclarará, o sus padres, o Wikipedia). El recuerdo, sobre todo el recuerdo de lo dicho y pensado, cobra aquí no solo fluidez y libertad, sino también cierta inocente displicencia. Se podría poner en una balanza afectiva qué poemas nos tocan más o menos, y el balance sería de suma cero, pero hacia el final "Pasto a las fieras" me parece un resumen del libro, además de un gran poema. Este tipo de juego entre la imagen directa (la memoria que hace sapito) y la más compleja (nadie diga que hay un bosque en el fondo del mar) es una constante de Yo era un cuadro. Y el fluir de conciencia se encarama de pronto a la colina para ver otra cosa, el reflejo del mar, una inmensidad que a mi juicio es la Historia, ese cosmos en el que Zabaljauregui y muchos otros fueron un cuadro
Jorge Aulicino