TRASTORNADA LA
"El agua me traga. Me hunde. Me hace suya. Soy una sanguijuela, ¿o una rana?" dice o se pregunta la narradora al comienzo del capítulo IV. La respuesta: todo eso. Y más. ¿Cómo pensar a "La trastornada", sino es a partir de un principio de incertidumbre que recorre cada uno de sus párrafos? En lo anfibio, en lo terrestre, en lo etéreo, Yésica Ochoa nos transmite una voz lisiada, no tanto por la condición física de su personaje, sino sobre todo por la segunda acepción definida en el diccionario de la RAE, catalogado como alguien "excesivamente aficionado a algo o deseoso de conseguirlo". El deseo, que en esta novela es como la punta de un iceberg, pero sin hielo abajo, puro principio de metonimia fálica, esa cosa que se sostiene con los bastones canadienses, en un ejercicio de firme e impune voluntad. Pero hay más, una trama que cabalga sobre la psiquis oscilante y musical de la protagonista, escritura sin diluir. Una constelación heredera del David Cronenberg más desquiciado y metálico.
Los invito a entrar a este universo, siempre bajo la responsabilidad de que fueron previamente advertidos de que el agua de esta páginas, los traga, los hunde, los hace suyo, sanquijuela y rana.