SIN PUNTO FINAL
Dionisio Carreras vivió en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Nada en su vida sería digno de ser contado si no fuera por un extraño don heredado de su madre india. Dicho don consistía en que sus palabras y dichos no solo salían de su boca sino también de otras variadas partes del cuerpo, lo cual lo hacía un personaje de atracción. Muchas veces fue tentado por gente de la Capital para trasladarse y vivir de su don en el mundo del espectáculo, per él nunca aceptó y prefirió seguir trabajando en la ferretería del pueblo y divirtiendo a chicos y grandes los domingos en la plaza. Nunca se casó ni tuvo hijos, se le conoció una relación amorosa con una maestra destinada a hacer una suplencia en 1952; ella insistió para que Dionisio la acompañase a su regreso. Por esos años se rumoreaba que el mismísimo Perón había mandado a un secretario para invitarlo a la Casa Rosada, pues habían llegado a sus oídos sus virtudes. Fue la única vez que dudó y lo pensó seriamente, ya que Dionisio era un peronista convencido de alma.
Su don también le ocasionaba ciertas dificultades ya que tenía que convivir con las discusiones entre los ojos y las rodillas o entre las manos, mejor dicho una mano sola, ya que la izquierda era sordo-muda y solo se manejaba con señas, la cual de repente se ponía a expresar sus puntos de vistas gesticulando de una manera incomprensible...