MOLUSCOS
En Moluscos se articulan el tiempo y la historia a través de un enigmático edificio y de un departamento familiar. Ahí están los '80, hacer silencio y escuchar qué pasa en el pasillo, recibir un radiograbador plateado traído del exterior, y los 2000, juntarse a comer pizza y ver Futurama mientras afuera cierra un comercio tras otro. En esta novela, dos hermanos tienen que convivir otra vez. La reconfiguración del departamento y el reemplazo de sus partes es de una enorme elocuencia.
Ahí están, en su alianza, las riñas, la complicidad y el deseo de reconocer en el otro a aquel con el que se compartió la infancia. Ya lo sabemos, ese reconocimiento nunca será pleno. También van a estar ahí los caracoles, la promesa de una salvación que los posee.
Esteban Prado
¿Nos salvaremos o deberemos abandonar la aventura?
Página a página, Larrain va construyendo la idea de un vacío social que comprende los ecos silenciados de la violencia política de la historia reciente. Vacío que abona el desconcierto acerca de cómo seguir, que es la antesala de las opciones extremas: descubrir el negocio que nos salvará, o emigrar a la Legión Extranjera. Los personajes, austera pero precisamente delineados, transitan al borde de ese vacío y ponen en alerta al narrador sobre el riesgo de caminar por las veredas del abismo.
¿Cuánto hay del pasado en nuestros mundos? ¿Cuánto pesa? ¿Qué velocidad del paso del tiempo nos constituye? Moluscos es una novela intervenida por la densidad del tiempo condensada en los espacios del relato: un edificio que esconde secretos siniestros, un departamento ruinoso, una plaza nocturna, el interior de la jaula de los Hélix Aspersa en la que el tiempo tiene el ritmo aletargado del arrastre.
Paula Tomassoni