ROCA
Cuando Julio Argentino Roca nació en la entonces lejana San Miguel de Tucumán, el país era un
desierto donde se levantaban algunas ciudades de cierta importancia, dispersos caseríos de escaso
número de habitantes e inhóspitas pulperías que daban descanso a los viajeros que transitaban por
el tortuoso camino todavía denominado Real.
Tras la precaria escuela elemental, Roca tuvo la fortuna de ingresar como alumno al Colegio del
Uruguay, fundado por Urquiza, donde no sólo recibió las nociones de táctica que proporcionaba el
aula militar del establecimien-to, sino que también tomó contacto con los autores clásicos y con los
mejores exponentes de la literatura del siglo XIX. El amor por los libros lo acompañó a lo largo de su
existencia.
Pero aquel joven de ojos grises y acerados no se circunscribió al silencio de las aulas: fue un líder
nato de sus compañeros y encabezó las escapadas nocturnas para robar las gallinas que
suplementaran la magra comida cotidiana, lo que le valió el apelativo de El Zorro. No pocos de
aquellos muchachos llegados de las provincias fueron sus amigos de toda la vida y se desempeñaron
como ministros, diplomáticos y legisladores a lo largo de las dos presidencias de Roca.
Luego vino una carrera militar descollante que lo convirtió en el general más joven de su tiempo, lo
elevó al ministerio de Guerra y Marina y lo llevó a encabezar la Expedición al Desierto cuyo corolario
fue incorporar 15.000 le-guas de fértiles tierras para el desarrollo del país. Esa campaña fue la puerta
de su primer mandato presidencial y de su acción política posterior, que le devolvió la primera
magistratura en 1898. Por el volumen de cambios que impulsó, se le ha dado el título de
?constructor de la Argentina moderna?.