RECTANGULO Y FLECHA
CESAR GONZÁLEZ entró en la poesía por una ventana alta, pisando los hombros de un cómplice que no tenía ni idea de las riquezas que atesoraba aquel palacio. Al principio le sirvió para hablar de lo que había sido su vida. (Se dice que la poesía es pura gratuidad, pero quien le toma el pulso sabe que siempre garpa: "Yo quiero poesía -dice César- que tenga un valor de uso"). Pero ya no se lo siente prisionero de su historia. Obvio, uno no deja nunca de ser quien fue. ("Hasta en los gusanos de tu cuerpo / está la lucha de clases"). No obstante, en estos textos se ve más presente que pasado. Del futuro no hay que preocuparse, sabemos de qué va. ("Voy mejorando como suicida / No pararé hasta ser un gran muerto"). Sin embargo, César suena hoy como quien se deshizo de todas las muletas -entre ellas, los adjetivos que usaban para aprisionarlo- y por fin se siente cómodo siendo poeta a secas. La rabia de los justos sigue vibrando en él. ("íSoy la zarza más terrorista!", dice el más plebeyo de nuestros oráculos). Pero a medida que avancen en la lectura descubrirán que también hay poemas de amor: lo más parecido a un triunfo que disfrutarán en mucho tiempo. Este libro es una cosa preciosa que, por supuesto, incluye su propio valor de uso. ¿O no formamos parte, acaso, de la comunidad de quienes -como César González-, no aceptamos ahogarnos con la saliva de lo que queremos gritar?
Marcelo Figueras